Los Ein
por Gustavo Valitutti
“Nadie sabe de donde salió el nombre,” sentenció firmemente el anciano y prosiguió. “La colonización de este planeta se realizó durante la primera edad espacial y aunque, seguramente, los Eins no han pasado desapercibidos en la historia de la colonización humana, ese preciso detalle se ha perdido. Nadie sabe de donde viene el nombre.”
El viejo se humedeció los labios con su fina lengua aframbuesada. “Ein no pertenece a ningún idioma de la tierra,” prosiguió, “y según se cree es una de las primeras palabras que hemos acuñado los colonos. Es raro, sin ellos no habríamos sido capaces de seguir la colonización, sobre todo en los mundos glaciares, donde las naves apenas si llegaban con provisiones para uno o dos años. En esa época era imposible que la Tierra proveyera la cantidad de vehículos que se necesitaba en los mundos nuevos y los Ein resolvían el problema del transporte y si era necesario, de la alimentación. Su aporte a nuestra civilización es sin duda comparable a la del perro o del caballo.”
“Pero no es eso lo que nos trae aquí y usted lo sabe,” sentenció la voz áspera del oficial, quien era un joven de aspecto pulcro y uniforme impecable.
“Lo sé,” asintió el viejo y se quedó en silencio
El oficial sacó una libreta donde se dispuso a tomar nota del incidente bajo la mirada triste del colono. El viejo notó que llevaba colgada al cuello una medalla del Mesías recibiendo la luz. Todos los colonos que se preciaran de tales, habían sido bautizados en esa religión que ya contaba mil años desde su nacimiento. Era probable que ese joven no hubiera estado nunca en la Tierra, como casi todos los humanos desde hacía generaciones.
“No, claro,” dijo el viejo con una voz suave que contrastaba con el entusiasmo que había demostrado hacía unos minutos. “No es eso por lo que están aquí. No puedo creer que yo mismo fui quien los llamó.”
“Estaba cumpliendo con su deber si me lo permite. Todos los colonos deben informar a la autoridad de sucesos fuera de la normalidad a fin de proteger a la colonia.”
“Sí, lo sé y siempre he vivido bajo esa regla. Claro que nunca he tenido que aplicarla en un sentido tan estricto como ahora. He vivido en tres colonias a lo largo de mi vida, que es aún más larga de lo que pueda imaginar y en todos estos años los únicos sucesos que he tenido que reportar se referían a insectos o animales alienígenas que nunca había visto.
“Generalmente los reportaba por la mañana cuando salía a trabajar en el campo, ya durante la tarde llegaba algún oficial de la autoridad colonial, freezaba al espécimen y me pedía que siguiera trabajando sin distraerme.
“En esos tiempos tenían la amabilidad de enviar una carta uno o dos días después donde agradecían mi interés y adjuntaban una ficha técnica del pobre animal que generalmente había sido clasificado por algún androide de búsqueda durante la exploración inicial del nuevo mundo. Si no era así, el gobierno se aseguraba que recibieras tu cheque por labores peligrosas. Cobré tres de esos cheques ¿sabe?”
“Sí, en realidad leí todo eso esta mañana antes de venir a verlo y debo decir que no hay tantos colonos que hayan encontrado tantos especimenes que no estuvieran clasificados.”
“Gracias, pero ambos sabemos que eso es totalmente accidental y yo he tenido muchos accidentes en mi vida. Uno de ellos, el tercer cheque que cobré, fue por un carnívoro que le costó la vida a mi familia.”
“También lo sé. Esa especie fue tan agresiva que aquel mundo fue casi abandonado por los colonos en los años siguientes a su incidente.”
“Pero otra vez los Ein fueron al rescate y demostraron que su capacidad de mutar era asombrosa. Los últimos que vi sobre ese mundo eran capaces de luchar y vencer ejemplares de aquella especie asesina en cada ocasión que se cruzaran en su camino.”
“¿Va a decirnos que es lo que tienen estos de diferente?” preguntó el oficial consultando su reloj teatralmente sin que esto perturbara al colono en lo más mínimo.
“Bueno, debo decirlo además... es mejor que ser asesinado por ocultar información. Usted sabe,” dijo el colono como queriendo cambiar el tema, “en la tierra no practican la religión del Mesías, en realidad, piensan la sociedad como una gran colmena y una pequeña abeja como yo puede ser tan fácilmente reemplazada, que no valdría la pena correr el riesgo de que abriera mi enorme bocota a otro que no fuera la autoridad. El Mesías en cambio, no permite matar,” divagó el colono mientras sacaba una pipa y echaba algo de tabaco terrestre.
“Parece que le gusta a usted exagerar un poco. Nadie va a matarlo,” el oficial se acomodó en el sillón, que era el más cómodo que había tenido la posibilidad de usar en las últimas tres semanas. Eso sin contar que en las últimas dos había estado en un transporte común de carga y se le había asignado un camarote del tamaño de un armario donde había debido permanecer catorce horas al día o lo que se conocía como catorce diez para los militares que se manejaban con ritmos circadianos de veinticuatro horas terrestres.
La tentación de dormirse era mucha, así que se obligó a enderezarse y asumir una postura lo suficientemente incómoda para no caer rendido.
“Quizás ya haya notado que hablo demasiado,” sonrió el viejo que se apoyó en los brazos de su sillón y empujó dejando escapar un tenue suspiro para quedar de pie. “No sé cual sea la costumbre en los cuarteles ahora, pero cuando yo pasé mis cinco años de servicio esta era la hora de tomar café y galletas. A nosotros nos daban unas color marrón, ovaladas y con sabor a mierda. No puedo asegurarlo porque nunca probé mierda, claro, pero supongo que no estoy lejos de la verdad.”
“Café para dos entonces,” se animó el oficial.
“Marchan,” respondió el colono sonriendo sinceramente. Luego encendió una hornalla a gas de las que el joven sólo había visto en museos costumbrista. La moda revivía todo lo que la tecnología se llevaba.
“¿Qué tienen de diferentes sus Ein?” preguntó el joven a secas. De a ratos su empuje se imponía al entrenamiento y soltaba frases inoportunas.
“Los Ein tienen una poderosa capacidad de mutación,” dijo el viejo que continuando la conversación no respondía exactamente lo que le preguntaban, pero mantenía la expectativa mientras adecuaba los tiempos a los plazos que el consideraba prudente para la información que tendría que dar. “He oído decir que hasta los expertos en la Tierra opinan que es el único animal que en este sentido puede rivalizar con el hombre.”
“Sí, también yo lo he escuchado, pero todavía no me dice que es lo que tienen de diferente estos.”
“En cierto sentido no difieren nada de los otros, siguen naciendo de Larvas que las hembras abandonan en nidos bajo la tierra y continúan teniendo el mismo espíritu gregario que los lleva a agruparse en pequeñas manadas de cinco o seis individuos. Por otro lado, los de esta Luna en particular, han dado un paso más en lo que a adaptación se refiere. Sabemos tan poco de ellos, quizás si les hubiéramos prestado más atención estas mutaciones no nos aparecerían como extrañas, sino más bien previsibles.”
“¿Puede al menos decirme de que se tratan estás mutaciones?”
“Claro. Eso estoy haciendo. Créame. Le estoy dando todas las claves para entenderlas. Sólo debe prestarme atención, ya que no queda tanto más para decir. Sólo debe tener presente que mi familia se extinguió en ese planeta a causa de una especie que parecía tener una agresividad indomable y los Ein se adaptaron para vencerlos. Se adaptaron y nos ayudaron a nosotros a permanecer en ese mundo. Recuerde eso y recuerde...”
“No lo tome a mal,” dijo el oficial que de a ratos perdía la paciencia, “pero debo atender otras denuncias de colonos muy asustados. Francamente tengo poco tiempo. ¿Me creería que algunos de sus vecinos han informado ver fantasmas? La verdad es que mis hombres han ido por sus animales tan pronto yo crucé la puerta.”
“Lo sé y no encontrarán nada. Es decir, podrían llevarse cada Ein que encuentren, pero no a estos, no los reconocerán. Estos no podrán verlos, pero creo que ya no me está escuchando y si es así no hablaré con usted acerca de esto ni de nada más. Es una pena porque si entiende esto, entenderá porque esos hombres dicen haber visto fantasmas.”
El oficial, harto de la palabrería se puso de pie para comunicarse con sus subalternos, luego se asomó por la ventana y miró con interés mientras la cafetera que estaba al fuego comenzaba a emitir un agudo silbido.
“¡Ah!, A quién estoy engañando,” dijo finalmente el colono. “Se lo diré de todos modos, ¡Preste atención!”
“Mis hombres dicen que no hay Eins en su propiedad.”
“Y de cierto modo no se equivocan, pero ya le dije que no los reconocerían.” El viejo miró su pipa recién encendida y el café recién servido. “¡Qué estúpido!, bueno, no puedo permitirme tirar por la borda tabaco terrestre, así que fumaré mientras usted bebe, supongo.
”Ya le he dicho que mi familia quedó atrás en esa colonia maldita y yo tuve que abandonar sus tumbas porque no podía soportar el dolor. Los Ein siempre consideran a su dueño parte de la manada y lo protegen, es por eso que se adaptan; para protegernos. Porque saben que debemos ocupar otros mundos para subsistir, créame, lo saben.
“En este planeta,” prosiguió el colono, “hemos ido a parar casi todos los colonos que escapamos de esa colonia infame antes de que los que quedaron, controlaran la situación. Tenga presente que mis vecinos me conocen desde hace años. Eran mis vecinos en aquella colonia también.”
El viejo miró al oficial para comprobar si todavía tenía su atención.
Este le devolvió la mirada y tras dar un sorbo a su café lo invitó con un gesto a seguir hablando.
“Mi hijo se llamaba Job, como el Mesías. Su madre, Alicia, una mujer sumamente religiosa, eligió el nombre. Job tenía sólo diez años cuando ambos, él y su madre, murieron hace doce años. Dormían cuando el animal atacó. Alicia siempre dormía hasta tarde.”
“Lo sé, los informes...”
“Job, ven aquí. Hay un amigo de papá que quiero presentarte,” dijo el colono interrumpiendo al oficial.
La puerta del jardín se abrió y un niño sonrojado entró sosteniendo una pelota en su mano izquierda, lo seguía un perro con el que había estado jugando.
“Hola,” saludó el niño con una cordialidad ejemplar. “Papá dijo que iban a venir a visitarnos, ¿es usted de la tierra?
“Como ve, los Ein siempre nos ayudaran a adaptarnos. Lo consideran un deber o es parte de su naturaleza, no lo sé. Lo único que voy a pedirle a cambio de esta información es que no me aleje de mi familia.
“El resto de los colonos creen haber visto fantasmas y algunos de ellos han estado metiendo sus narices donde no los llaman. La gente siempre tiene miedo de lo inusual, pero estoy seguro que usted me entenderá y por motivos diferentes a los míos querrá conservar a estos Ein.” El colono acarició la cabeza del niño con aire melancólico, luego miró al oficial por un instante sin decir palabra. “Necesito su ayuda para conservar a mi familia. “
“Job,” dijo el oficial, “dile a tu madre que tu padre y yo charlaremos un rato y más tarde vendremos a comer, eso si tu padre me invita.”
Job miró a su padre que asintió con una sonrisa y corrió escaleras arriba, siempre seguido por su perro, para despertar a su madre.
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