El Mundo Especular
por Miguel Ángel López Muñoz
Jeff Crobber se sacó el fotonizador de la cintura y por primera vez en mucho tiempo saboreó el dulce olor a presa. Se disponía a terminar con una tarea que llevaba pendiente en su agenda demasiado tiempo, algo que había acabado por convertirse en un asunto personal. Recordó las interminables lecciones psicológicas recibidas en la academia de Cazadores de Nocturnos. No convertirlo en algo personal. No dejarse consumir por el trabajo. No olvidar a las víctimas para centrarse en los asesinos. Pero él ya no era uno de ellos. Ex Cazador de Nocturnos. Cazador fracasado. Un paria del siglo veinticinco.
Cargó el arma y dejó fluir los recuerdos mientras la persecución tomaba lugar. Su rival le llevaba cierta ventaja y parecía conocer el terreno mejor que él, pero contaba con la iniciativa en aquel momento, él movía la ficha primero. Más de cien años en dicha situación, más de cien años de perseguir Nocturnos, lo que en siglos anteriores se conoció como Vampiros (y como a ella le gusta seguir autodenominándose, pensó). Sus métodos contundentes e implacables le valieron múltiples éxitos, pero sus jefes nunca estuvieron contentos con la reputación que Crobber estaba dando a los Cazadores de Nocturnos. Bien cierto era que los Nocturnos se habían retirado de Talópolis X debido a Crobber y sus solitarias expediciones a la zona oscura de la ciudad, pero no iban a permitir que un solo hombre hiciera el trabajo de un departamento. La tendencia de Crobber a no desdeñar leyendas y métodos antiguos hizo el resto. Le echaron del cuerpo, convirtiéndole en un inútil por el simple de hecho de no servir para otra cosa. Le enterraron en vida y en cierto modo le convirtieron en otro Nocturno, otra criatura desarraigada para la cual no había cabida en el tercer milenio.
Sin embargo Crobber no se quedó atrás esperando a ser tapado por las arenas del tiempo. Su primer paso hacia la ilegalidad fue someterse a un tratamiento clandestino de alargamiento de edad, aquel que el departamento le negó, destinado a que los Cazadores de Nocturnos siguieran vigentes tanto tiempo como sus potenciales casos no resueltos. Resultado de dicha chapucería fueron las arrugas que surcaban sus ojos y que revelaban su auténtica edad y experiencia, pese a tener el aspecto externo de un joven de treinta años. Un joven cansado de una aparente lucha sin fin.
Pero al fin la cacería estaba a punto de concluir. Desde Datápolis III hasta Ernépolis VII, la persecución terminó allí, en el subsuelo de Etápolis IV, la ciudad más inmunda de la zona este del desierto de Rham. Tanto tiempo tras ella, y finalmente sitiada. Preparó la dosis letal de Especia Beta y se adentró en la oscuridad.
Crobber no tenía la más mínima duda de que su enemiga estaba sitiada. Su manera de andar, de correr, de buscar a tientas una salida que no existía. Avanzó lentamente para no hacer ruido de chapoteo por culpa del agua estancada que le llegaba a la cintura, con prudencia, midiendo cada momento como sólo él en el cuerpo sabía hacer. Apenas había luz ambiente, pero aún veía bien a causa de la leve esfera refulgente que emergía de la culata del fotonizador. Lo apagó y continuó a través del silencio. No usar el fotonizador en ataques sorpresa, recordó.
Al fin llegó a una amplia habitación abovedada que apestaba a cerrado. Una ligera penumbra caía acusadoramente sobre sus ojos, procedente de las rejillas superiores. Desde allí se podía ver, lejano como si de un sueño se tratara, parte del exterior: los crímenes, los malos barrios de Etápolis IV, los lugares no mucho más deseables que las profundidades donde se encontraba. Al fin miró al fondo y encendió el fotonizador. Ella estaba al final de la sala, contra un rincón mohoso y viscoso. Temblaba de los pies a la cabeza, pero no de frío sino de dolor. Parecía a punto de hundirse en la podredumbre.
“Se acabó, Phellax.”
La mujer se giró y le miró fijamente. En su mirada no se reflejó nada, ni siquiera las afiladas luces del exterior.
“Ha pasado mucho tiempo.”
“Demasiado. Esto tenía que ocurrir tarde o temprano.”
“No tiene por qué acabar así. Lo sabes. Ellos no te aceptan. Eres como yo. Como nosotros.”
“No soy un Nocturno. Ese no es mi camino.”
“Te engañas, Crobber. Ya sabes lo que es el peso del tiempo. Llevas un siglo a tus espaldas. No tanto como yo, pero comienzas a hacerte una idea. La mayoría de los míos no pasa del siglo de edad. Los Cazadores de Nocturnos se encargan de la mitad de ellos, y el suicidio del resto.” Crobber se paró a mirarla con detenimiento. Estaba vestida con ropajes de finales del siglo veinte, pero aun así poseía ciertos toques de modernidad. Nocturnos, pensó. Una extraña mezcla de pasado y futuro que se negaba a perder su lugar privilegiado entre las pesadillas de los hombres.
“Únete a mí, Jeff. Lo deseas. Un lugar al que pertenecer. Al que ser.”
“Estás en lo cierto. Deseo permanecer en alguna parte. Pero no de esta manera. Dices que soy como tú, y llegué a pensarlo. Pero no ahora después de lo que hemos pasado. De la cacería, del odio, de las masacres de Etápolis II.”
“Es mi naturaleza, Jeff. Deberías saberlo ya.”
“No estás obligada al mal. Eso es un mito por largo tiempo ya refutado.”
“Crees que mi comportamiento se reduce a leyendas, igual que los Cazadores de Nocturnos lo reducen a genes desestructurados. Llevo cinco siglos en este mundo de dolor, Jeff Crobber. Tal vez en otras épocas fuera sencillo de sobrellevar, pero en este mundo de crimen y decadencia más que nunca soy una criatura de la noche. Una víctima.”
“Es cierto. Fuiste tu primera víctima. Y yo quise a esa víctima. A lo que fue y pudo haber sido.”
“Es tarde para eso. Recorrí ese camino. Sólo te resta a ti recorrer el mío.”
Crobber levantó el fotonizador. Los ojos de Phellax brillaron con un fulgor arcano que no le gustó en absoluto.
“Adiós.”
De repente Phellax se incorporó y haciendo gala de un último esfuerzo extendió las manos y las agachó hasta que estuvieron bajo el agua inmunda. Crobber no tuvo tiempo de disparar. Para él todo pareció ocurrir a cámara lenta. Tiempo más tarde pensó que podría haber disparado a tiempo si realmente hubiera querido hacerlo.
La sala comenzó a iluminarse como si cientos de lámparas estuvieran distribuidas a lo largo de sus paredes, ordenadas de acuerdo a algún desconocido ritual para Crobber. Phellax hizo un gesto con las manos hacia Crobber y éste cayó de bruces, hundiéndose en el agua fangosa. Se incorporó como pudo y trató de buscar sus armas en el fondo, pero Phellax realizó otro gesto y las alejó de su alcance. Crobber reflexionó y pensó que probablemente no habría necesitado hacerlo, pues el agua era tan turbia que no podía verse lo más mínimo a su través.
Phellax parecía más extenuada que nunca. Sin embargo Crobber se dio cuenta de que la tocaba mover a ella. Se limitó a escucharla en lo que trataba de averiguar qué estaba haciendo, ya que nunca había visto nada semejante.
“Te niegas a unirte a mí, Jeff. ¡Bien, invocaré el poder de los Vampiros de tiempos arcanos y te llevaré a un mundo donde tú serás el perseguido, donde la maldición te alcanzará a ti!”
Un instante después un fulgor extremo cegó por completo a Crobber más allá de lo físico y le lanzó de nuevo contra el suelo. Luchando por no caer inconsciente, extendiendo las manos en todas direcciones, la sala convertida de repente en un torbellino, se agarró a una columna tratando de aguantar contracorriente, hasta que de repente el nivel bajó y volvió a tocar suelo firme. Se dejó caer al fin.
Cuando despertó se incorporó débilmente y trató de buscar con la mirada a su enemiga. No estaba. Ni ella ni sus armas. Se apoyó contra una pared y se sintió mareado. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que algo no estaba como debía estar, pero en aquel momento, cansado y empapado, no supo ver el qué. A tientas buscó la salida, vigilante en todos los cruces, en todas las esquinas, pero nada ocurrió. Phellax había desaparecido. Recordó las otras veces que se había escapado, así como las veces que él escapó de las trampas de ella, y se preguntó quien estaba cazando a quien. Al fin llegó a la conclusión de que ambos, en el fondo, se estaban cazando mutuamente.
Una vez salió al exterior a través de una salida en un callejón inmundo, Crobber miró a su alrededor. Nada parecía extraño a simple vista, hasta que se fijó en un enorme anuncio horizontal de neón donde ponía . Siguió avanzando hasta entrar en la calle principal y fijarse en algunos otros neones: , . Fue entonces cuando recordó una arcana leyenda referente a los Nocturnos, tan improbable que ni siquiera él la había prestado atención. Según ella, una vez cada quinientos años un Nocturno tiene la posibilidad de enviar a un humano al Mundo Especular, un mundo gemelo al normal salvo que todo está igual que si fuera observado a través de un espejo. Donde los escritos están invertidos, el final de un libro es el comienzo, los zurdos son diestros y las agujas del reloj giran al revés. Aterrado y fascinado a la vez, Crobber comprendió que se encontraba en dicho mundo. Lo que no comprendía era por qué resultaba tan importante para los Nocturnos. Por qué él sería el perseguido...
Decidió que sería mejor que acabara cuanto antes lo que había empezado. No era como otras veces; esa vez era la definitiva. De uno ú otro modo tenía que acabar allí, en Etápolis IV. Y cuanto antes. No había tiempo para descansar, no había tiempo para averiguar qué tenía de peligroso ese mundo al que pocos privilegiados podían acceder (nadie que él conociera, y conocía gente que había estado en sitios muy extraños) y que le parecía tan preocupantemente familiar. Sin embargo Crobber tenía la sensación... de ser vigilado, de tener delante de las narices la respuesta y pasarla de largo. Demasiado cansado para reflexiones filosóficas, avanzó hasta los malos barrios en busca de una tienda clandestina en la que poder comprar material de primera para cazar Nocturnos. Llegó al fin, mediante indicaciones y sonsacamientos, a un local en una calle mal iluminada que ponía .
Entró y se acercó al mostrador. No parecía haber nadie, por lo que esperó. Mientras tanto no dejó de escuchar inquietantes ruidos... como si alguien más estuviera en la tienda. Miró al fondo y vio una mesa vacía pero con un mechero y una cartera sobre ella. Aquel no era la clase de barrio en que uno se dejaba una cartera y un mechero (de buena calidad, además) sobre la mesa de un tugurio cualquiera. De nuevo la sensación de tener delante la respuesta...
“¿Qué desea?”
Al fin un tipejo apareció tras la barra. Tenía el aspecto de haberse sometido a mil y un tratamientos de alargamiento de edad de menor fiabilidad aún que aquel que sufrió Crobber.
“Por esta zona no crecen muchos árboles,” comentó Crobber indiferente. Acto seguido se sacó unos cuantos billetes del bolsillo.
“Espero que no sean falsos.”
“Compruébelo.”
Tras hacerlo, el hombrecillo arrugado sacó cinco estacas de madera y las puso sobre el mostrador.
“Estas dos son de madera de Europa del Este,” dijo señalando las primeras. “Estas otras son de peor calidad, pero a cambio más largas y afiladas. La última es de Titanio con una fina varilla de madera en su interior. Es preferiblemente para ser disparada. Demasiado complicada para usarla a mano,” miró a Crobber como si esperara alguna clase de objeción.
“Me llevaré la primera. La madera escasea hoy en día.”
“¿Algo más?”
Crobber entornó sus demacrados ojos.
“Un fotonizador,” dijo entre susurros.
Al momento oyó un ruido al fondo de la tienda. Se dio la vuelta pero no vio ya nada. Miró la mesa. La cartera y el mechero ya no estaban.
“Un momento,” dijo el hombrecillo entrando en la trastienda.
Como Crobber sabía bien, la leyenda que contaba que los Nocturnos (llamados Vampiros en aquella época) eran extremadamente susceptibles a la luz del Sol era una exageración. Susceptibles, sí, pero mucho menos de lo que se pensaba. La luz Solar les debilitaba ligeramente, algo parecido en los humanos a no haber descansado en veinticuatro horas, pero no les afectaba en mayor medida. Sólo en rangos muy concretos del infrarrojo, correctamente administrado, era letal para ellos. Tal era el caso del fotonizador, arma oficial de los Cazadores de Nocturnos y de difícil obtención fuera de los círculos oficiales.
Al poco el hombrecillo volvió con un fotonizador que tendió a Crobber. Lo sopesó un par de segundos y lo dejó en el mostrador.
“No me sirve. Es un modelo viejo.”
“Es lo único que hemos podido conseguir últimamente. Los de tu departamento no lo ponen fácil para sobornarles.”
Crobber frunció el ceño y se resignó. Supuso que era normal que le reconocieran a uno, su condición de Cazador fracasado, si iba a los lugares adecuados. Volvió a coger el arma.
“Quiero un descuento,” dijo imperativamente. Colocó otro fajo en la mesa.
“Hecho,” dijo el hombrecillo mirando el dinero con ojos rutilantes.
Crobber se guardó la estaca, se colocó el fotonizador en el cinturón y salió de la tienda. Estuviera o no en el Mundo Especular, pensó, todo acabaría dentro de muy poco.
A lo largo de las décadas Crobber había conseguido gran información acerca de Phellax, quiénes eran sus contactos con la sociedad oculta de los Nocturnos (concretamente con la facción de los Eradicum o los Desarraigados, a la que pertenecía) y gracias a ello conocía algunos de sus escondites a lo largo del desierto de Rham. Con la intención de aprovechar el factor sorpresa presentándose allí de improviso, una carta que no había jugado nunca porque sabía que era de un solo uso, Crobber se dirigió al sur de la ciudad cuanto antes. Mientras el Sol estuviera en el este, pensó, aún tenía tiempo hasta que anocheciera para atacar con ventaja. La luz del Sol era la aliada de los Cazadores de Nocturnos, y Jeff Crobber no se consideraba una excepción.
Al fin llegó al lugar, un edificio abandonado del siglo veintidós, oscuro y ruinoso por dentro. Perfecto para un Nocturno, pensó. Encendió el fotonizador y penetró en sus fauces. Sabía que era arriesgado, que Phellax podría incluso haber pedido ayuda, pero no lo creía probable. Ella estaba tan incómoda entre los Vampiros como él entre los Humanos.
Tras recorrer numerosas habitaciones, estaca y fotonizador en mano, concluyó que ella no estaba allí. Se sentó en una de las salas del cuarto piso, vacía salvo por varios espejos al fondo, y se paró a pensar su próximo movimiento. Sin embargo al poco se incorporó. Aquella sensación no dejaba de perseguirle... la de estar siendo...
De pronto creyó ver algo al fondo, cerca de los espejos. Demasiado tarde para reaccionar, un tremendo golpe le lanzó de bruces al suelo. Instintivamente, Crobber disparó el fotonizador, escuchando un grito agónico carente de garganta que lo pronunciara. Había acertado, y supuso que a un Nocturno, pero era incapaz de deducir más al respecto. Que él supiera los Nocturnos no podían hacerse invisibles... sin pararse a pensar más y lanzándose a la acción, Crobber corrió a la habitación contigua, donde supuso que alguien herido se ocultaría para emboscarle. Sin embargo al llegar recibió un demoledor golpe que le hizo atravesar una pared y volver de nuevo a la habitación inicial. Escupiendo gravilla, Crobber se incorporó. Aún era de día, los Nocturnos no podían ser tan fuertes aunque estuvieran ocultos en zonas oscuras. Miró por una ventana y vio los últimos rayos del Sol. No tardó en darse cuenta de que el Mundo Especular le estaba jugando malas pasadas. Al ver el Sol en el este creyó que estaba amaneciendo, y sumado a su ignorancia de cuánto tiempo había estado inconsciente en el subsuelo de Etápolis IV la confusión fue completa, no deduciendo que en el Mundo Especular la Tierra giraría en sentido contrario, y por tanto los amaneceres y atardeceres funcionarían a la inversa.
Trató de agarrar el fotonizador, pero de repente éste se escapó de su alcance como si el viento lo hubiera golpeado. Pensó con sorna que tendría que tener más cuidado con los fotonizadores para no perder una fortuna en ellos, si es que salía con vida de aquella situación.
“¿Qué se siente?” dijo una voz que Crobber no tardó en reconocer.
“¿Dónde estás?” preguntó inútilmente pues nadie se asomó.
“Mira detrás de ti,” se limitó a decir Phellax.
Crobber no comprendía qué quería decir, ya que la voz provenía de enfrente suyo, pero dedujo que no podía ser una trampa. No se tienden trampas a los animales atrapados. Se giró y pudo contemplar a Phellax junto a él. A través de los espejos.
“Ahora lo entiendes, ¿verdad? Pensé que lo sabrías, pero veo que tú también desoíste la leyenda del Mundo Especular. En verdad aquí todo funciona a la inversa de tu mundo, pero hay algo más. En tu mundo no nos vemos reflejados en los espejos. Por tanto aquí, en el Mundo Especular, no nos vemos reflejados más que en los espejos. Seguro que oíste hablar de ello. Nocturnos que se escabulleron delante de decenas de Cazadores, que atacaron a sus víctimas a plena luz del día sin que éstos ofrecieran resistencia. Ahora sabes cómo nos sentimos, lo que mi pueblo ha sufrido todos estos siglos.”
“Estás herida,” se limitó a decir Crobber. Por un momento sonó como si estuviera preocupado por ella. “El fotonizador te ha impactado en el hombro.”
“Si hubiera sido más moderno es probable que me hubiera matado.”
Silencio. Ambos contendientes se miraron, aunque Crobber no tuviera su imagen físicamente delante. Si hubiera habido un tercer espectador los espejos del fondo le hubieran ayudado a interpretar momentos como aquel.
“Puedes cambiar, Phellax.”
“Ya lo intenté. Y fue imposible.”
“Algo de lo que fuiste aún permanece.”
“Yo no puedo ser así. Ese destino me está vetado. No soy completamente una Nocturna, de igual modo que tú ya no puedes considerarte Humano. Ven conmigo. Sé como yo. Aún no lo has probado, y hay una parte oculta en ti que desea hacerlo.”
Por un momento, un largo momento, Jeff Crobber dudó. Dudó acerca de qué hacer, qué decidir. Si permanecer junto a ella, ya fuera como monstruo o como hombre, o prolongar ese tormento hasta sus últimos y lógicas consecuencias. Por fin decidió. Lo único que, concluyó, podía decidir.
“Yo tampoco soy de ese mundo.”
“Entonces,” sentenció grave Phellax, “permanecerás aquí, en el Mundo Especular, para siempre. Podrías haber sido mucho más, viajar a tu antojo entre ambos mundos, pero has preferido ser prisionero de uno de ellos, como ya lo fuiste antes del otro.”
“Sabes que no hay alternativa,” dijo Crobber saltando hacia el fotonizador. Lo agarró a tiempo y disparó, pero Phellax ya no estaba allí. Había escapado.
“¡Si no soy yo ahora será otro en otra parte!” dijo Phellax a lo lejos, su voz un eco traspasando el edificio.
Crobber se acercó a los espejos y rompió uno de un puñetazo. Agarró furibundo el trozo más grande, la sangre resbalando por su mano, y salió tras Phellax. La conocía lo suficiente para saber hacia dónde se había dirigido. Salió a la calle corriendo como alma que lleva el Diablo, siempre mirando el trozo de espejo con atención, hasta que la vio reflejada, metiéndose en un edificio de oficinas cercano. Entró sin dilación, a lo que un guardia de seguridad trató de detenerle. Crobber le noqueó de un golpe seco y siguió avanzando.
Al cabo de un rato empezó a observar un rastro débil de sangre. Lo siguió a través de pasillos y plantas superiores hasta que le llevó al interior de una sala de reuniones. Entró, fotonizador en mano, dando un fuerte empujón a la puerta y se encontró con una enorme mesa ovalada vacía. Miró al espejo y vio a doce hombres con traje de ejecutivo mirándole fijamente.
“Al primero que se mueva de su asiento le frío las pestañas,” dijo avanzando por un lateral hasta una puerta al fondo de la sala.
Nada más salir de la habitación sonaron las alarmas del edificio. Siguió avanzando por pasillos, subiendo cada vez más, llegando finalmente al tejado. Una brisa helada se metía por los huesos, provocando un lento ulular en la luz que emitía el fotonizador de Crobber. Atrancó la puerta por la que había entrado y escudriñó a su alrededor. El tejado era diáfano, sólo la cabina de acceso y un hueco para las tuberías. Se acercó al hueco. Demasiado pequeño para esconderse nadie en él, pensó. Comenzó a dar vueltas espejo en mano, apuntando a todas partes con el fotonizador, vigilando su espalda. Se quedó quieto y miró hacia atrás. Nada. Bajó el arma. Y de repente, aquella sensación otra vez. Miró por el espejo y allí estaba ella. Se lanzó hacia él con la intención de morderle. Él se apartó a un lado, pero no pudo esquivarla. Phellax se lanzó hacia él, apartó el fotonizador de un golpe y se dispuso a atacar con los colmillos. Crobber se dio cuenta de que era un ataque desesperado. Pues ella no reparó en que él tuviera más armas. Crobber clavó la estaca en el corazón de Phellax y ésta se echó para atrás, cayendo malherida. Enfocó el espejo hacia ella y la vio escupir sangre por la boca.
“Sólo quería... quería que estuvieras conmigo...” dijo ella tosiendo.
“La cacería ha acabado. Hace mucho que debería haber acabado.”
“Intenté... ser... como tú...”
“Lo sé, amor.”
Crobber se dio la vuelta y se prometió a sí mismo no mirar. Realmente pensaba que la cacería debería haber acabado hacía mucho tiempo, y ahora que podía presenciar su fin no era capaz de hacerlo. Se arrepintió de muchas de las cosas que había hecho durante aquellos cien años, pero no de las que había hecho más recientemente. Al fin se dio la vuelta y miró. Nada. Enfocó el espejo en la dirección donde yacía Phellax. Nada. Se llevó la mano al pecho y rió sutilmente, una risa débil y amarga, comprendiendo lo que había sucedido.
En el Mundo Especular el corazón estaba en el lado derecho del cuerpo.
Jeff Crobber no trató de seguir a Phellax. Al cabo de un tiempo pudo comprobar que Phellax tampoco trató de seguirle a él. Liberado de la persecución, de la constante lucha, se encontró a sí mismo en un mundo donde los Nocturnos eran más poderosos, donde tendría que agudizar todo su ingenio para sobrevivir. No mucho después se fabricó un sofisticado sistema de espejos que le permitía ver a su alrededor con múltiples ojos y mantenerse alerta en todo momento. Cargó con sus escasas pertenencias y decidió impartir justicia callejera entre los Nocturnos de la zona oeste del desierto de Rham. Dudaba que Phellax hubiera decidido ir por allí.
(A Sara)
Copyright © 2007 by Miguel Ángel López Muñoz